La mula de mis amores
La mula es un mamífero de la familia de los équidos resultante de la unión de burro y yegua; se trata, por tanto, de un híbrido y en él se aúnan la fuerza del caballo y la resistencia y adaptabilidad del asno.
A Judith
Reales o virtuales, a mí jamás me hablaron de mulas. No hizo falta: nací y crecí viendo, y luego cabalgando, una mula. Una mula inolvidable por su fortaleza y su indulgente mansedumbre. Una mula irrepetible y única, igual que la vida.
Memorable, mucho más todavía, desde aquel día en que al ver la mula atada al bramadero del patio (pues mi abuelo acababa de llegar) caí en la tentación de sentarme en su montura y salir al camino.
"¡ Augusto, mira a ese muchacho! ¡Se va a caer!" Me parece oír todavía a mi abuela (que a sus 102 aun nos acompaña), al ver lo que veía: a su nieto de menos de cuatro años sobre el lomo de la recia mula. Por su parte, mi abuelo fue breve y muy puntual: "¡Déjalo! ¡Déjalo!". Enseguida vino a mi encuentro sonriendo.
Tan noble y afable era nuestra mula que hasta para cruzar el río se detenía y nos permitía, a mi hermano Efraín y a mí, tirarnos de barriga sobre su cálido y compacto lomo, hasta que un día -para variar- al llegar a la orilla, mi hermano resbaló y cayó a río (mientras yo me reía al verlo patalear hasta salir empapado por el agua fría).
"Las mulas viven más que los caballos y los burros", nos instruía mi madre. Era evidente, pues cuando el abuelo murió lo más querido que nos dejó fue la mula que lo sobrevivió. Y por eso mismo, hasta cuando a los catorce años me enamoré de Carmen (una rozagante y esbelta gordita cinco años mayor que yo) fue mi mula fiel la que me acompañó y llevó hasta el pueblo para darle el último beso de despedida. Veinte años después, en 1997, casada y con hijos, aquellos días entre nubes y lluvia, aun conmovían a la gordita de entonces: " Aquellos hermosos días, igual que en un cofrecito -decía- siempre estarán guardados en mi corazón".
Sin embargo, el recuerdo de mi primer amor es, ya lo dije, indisoluble de mi primera y única mula. Por eso, apenas me aproximaba a Ambar, tanto como besar a Carmen mi preocupación urgente aquel día era asegurar el retorno de mi mula a Lascamayo. De manera que cuando me crucé con don Shela, arriando a paso ligero sus burros, la alegría de encontrarnos fue reciproca. Era mediodía, descabalgué y de inmediato los vi partir. Entonces, al verlos alejarse, inmóvil, parado en medio del camino, consternado, lloré. Pues comprendí que más que un viejo sobre una mula era la vida la que se iba.
Lejos estaba entonces de imaginar que alguna vez otra mula, no menos indulgente y cómplice, estaría esperándome para honrar su memoria.